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kabalah Tzvi ben Abba Shaul
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05 de Febrero, 2010 · General

Compartir es existir. León Hebreo

LEÓN HEBREO

León Hebreo (Yehuda Abrabanel) nació en Lisboa en una fecha desconocida. Su padre, el gran exégeta Isaac Abrabanel, fue arrendador de las tierras reales, consejero áulico en Portugal y proveedor de los ejércitos castellanos durante la guerra de Granada. Desde 1483 su familia se refugió en España, hasta la expulsión de los judíos en 1492. A fines de este año desembarca con su padre en Nápoles. Viajó por toda Italia, donde tal vez conociera a Pico della Mirandola y bebiese de las fuentes del humanismo neoplatónico. En 1535, cuando seguramente ya había muerto, se publicó en Roma su obra maestra, en italiano florentino: los Diálogos de Amor, una gran Enciclopedia que recoge el mejor saber de su tiempo, artísticamente organizada en tres diálogos entre Sofía (la Sabiduría) y Filón (el Amante).

León Hebreo fue sin duda un extraordinario intérprete del neoplatonismo renacentista. Renueva la erótica de Platón buscando armonizarla con otras tradiciones (el realismo peripatético, la teología y la mística judaicas) y dotándola de una trascendencia ontológica considerable. Los
Diálogos de amor forman parte de lo que Leibniz y Huxley llamaron "Filosofía perenne". Lo que en ellos ha quedado superado por los avances científicos, como el geocentrismo, o las especulaciones astrológicas o el animismo de los cuerpos celestes, queda salvado por el vivo sentimiento de belleza con que se expone y el interés poético y simbólico de las alegorías, y por el ingenio y la finura poética con que se las interpreta. El mismo geocentrismo de León Hebreo no puede ser confundido con el medieval. El verdadero centro de la concepción medieval del mundo era el infierno. La cosmografía geocéntrica propia del Medievo servía para la humillación del hombre, no para su exaltación. 

León Hebreo deseaba restaurar aquella originaria inspiración en que la Metafísica y la Poesía, la Ciencia y el Arte, se confundían en una sola sabiduría universal. Una 
Filografía es una descripción de los efectos universales del Amor. En ella se enseña que esa fuerza magnética que mantiene unido al todo es la que mueve incluso a la materia prima, pues la materia, como un "meretriz", apetece sin cesar, y 'per se', ser abrazada por nuevas formas. El Amor es ese espíritu vivificante que penetra el mundo, poniendo justicia y armonía, enlazando en orden todas las cosas del universo, sean corpóreas o incorpóreas: 

«Verdaderamente -dice Sofía al final del segundo diálogo- el amor en el mundo no sólo es común a todas las cosas, sino que, aún más, es necesario, ya que nadie puede ser feliz sin amor». Así, «el mundo espiritual se une al corporal gracias al amor»... «El amor es un espíritu vivificante que penetra el mundo entero y es un vínculo que une a todo el universo». Los
Diálogos de Judas Abravanel, que tal vez fueran compuestos en Génova, precedieron e influyeron en Bruno y en los diversos libros de platonismo erótico-recreativo publicados en Italia y España desde la primera mitad del XVI: en los Asolani del cardenal Bembo; en El Cortesano de Castiglione, Nuncio de Clemente VII en España entre 1525 y 1529, fecha de su muerte; en el tratado Del amor divino, natural y humano del botánico Cristóbal e Acosta; en el de Francisco de Aldana (Tratado de amor en modo platónico); en la Apología en alabanza el amor de Carlos Montesa, quien también tradujo la obra de León Hebreo, aunque su versión resulte menos elegante y clásica que la del Inca Garcilaso. 

En fin, esta "filografía o disciplina amatoria" fue una especie de filosofía "armonista" muy popular en España e Italia durante todo el siglo XVI. Por un lado, alcanza su expresión más alta en la bellísima oda de Fray Luis de León al músico ciego Salinas o en la teopatía mística de San Juan de la Cruz; por otro lado, encuentra su expresión más exotérica en la poesía erótica de Camoens, Herrera o Cervantes. En efecto, en el libro IV de la Galatea y en el prólogo de la primera parte de el Quijote, escribe don Miguel: "Si tratáredes de amores con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas". Seguramente, y por motivos obvios, las influencias del judío se confesaron después menos que otras más "ortodoxas", aunque estuvieran penetradas por un paganismo tan flagrante como las del humanismo florentino, pero no por ello esa influencia siguió resultando menor.

Como el Eros de la maga Diotima, los seres mestizos tienen una facilidad especial para desarrollar competencias mercuriales y actitudes herméticas, sirviendo de intermediarios entre lo humano y lo divino como mensajeros de lo universal, como profetas y adivinos... "el sabio mercurial sirve al príncipe con prudencia armoniosa y con suave elocuencia, mientras que el príncipe le proporciona poder y autoridad y concede crédito y reputación a su sabiduría". En Montilla, un mestizo ilustre, un español descendiente de un capitán y corregidor del Perú y de una princesa india: el Inca Garcilaso (1539-1616), elaborará una excelente traducción al castellano de los 
Diálogos de León Hebreo, dedicada a Felipe II. Los restos del genial traductor de León Hebreo reposan en una mezquita, la de Córdoba, consagrada cristiana.

León Hebreo, en el primero de su 
Diálogos, desarrolla la distinción entre el amor y el deseo, y distingue, siguiendo la Ética a Nicómaco de Aristóteles, entre el amor deleitable, el útil y el honesto. Filón (el amante) presenta a Sofía (la amada) la perfección del amor honesto como amor a Dios y en Dios, porque el amor se realiza en el Bien, y Dios es la suprema bondad. La verdadera felicidad se encuentra pues en conocer y amar a Dios. El segundo diálogo versa sobre la universalidad del amor. El amor ata el cielo y la tierra como una gran cadena doble, de expansión y retorno, como una fuerza bipolar que desciende desde las causas a los efectos y asciende desde los efectos a las causas. Al amor divino se refiere León Hebreo en el tercero de sus diálogos, no en el sentido del deseo de perfección propio de los mortales, sino del amor de Dios para con nosotros y "para todas las cosas que ha criado". Este amor de Dios no puede reducirse a la carencia ni puede haber nacido de la Penuria, ni debe suponer el reconocimiento de alguna falta, "porque Dios es sumamente perfecto, y nada le falta". Por consiguiente, o bien es un amor libre de deseo o, mejor, lo que sucede es que el amor divino no es deseo de perfección para sí, sino el deseo de que todas las cosas por Él producidas lleguen a ser perfectas, "mayormente de aquella perfección que ellas pueden conseguir, mediante sus propios actos y obras", como sería en los hombres por sus obras virtuosas y por su sabiduría.

A León Hebreo se le plantea en este punto un grave dilema metafísico, o bien admite con Platón que Dios, al ser perfecto, no ama y que el amor, precisamente por suponer deseo e imperfección, no es Dios, sino un poder intermediario entre lo sensible y lo inteligible, lo mortal y lo inmortal, esto es, un Gran Demon, o bien, si admite un dios deseante y amoroso, limita su perfección haciéndole depender de la posible y deseable perfección de sus criaturas.

En última instancia, en León Hebreo, como en Spinoza (otra ilustre inteligencia judía de origen ibérico), el mismo amor intelectual del alma por Dios no es más que una manifestación, una apocatástasis, un retorno, del amor de Dios a sí mismo, pues Dios "es un verdadero padre que engendra hijos, y después que los ha engendrado los mantiene con toda diligencia". Pero en León Hebreo la creación no implica necesidad racional alguna, ni fatalidad lógica, sino que es prueba de amor divino, un amor que ya no se determina como pasión por lo hermoso y apropiable, sino por lo puramente bueno en su universalidad. De esta manera, "amando Dios la perfección de sus criaturas, ama la perfección relativa de su operación, en la cual el defecto de la cosa obrada induciría sombra de defecto, y la perfección de ella ratificaría la perfección de su divina operación: de donde dicen los antiguos, que el hombre justo hace perfecto el resplandor de la divinidad, y el inicuo lo mancha". Así que... "amando Dios la perfección, ama la perfección de su divina acción: y la falta, que se le presupone, no es en su esencia, sino en la sombra de la relación del Creador a la criatura: que pudiendo ser maculado por defecto de sus criaturas, desea su inmaculada perfección con la deseada perfección de su criaturas".

De este modo, la unión de Dios y el mundo depende, ya no del esfuerzo divino, sino del tesón de la criatura. "Dios no desea su unión con las criaturas, como hacen los demás amantes, sino que desea la unión de sus criaturas con su divinidad". 

Desde luego, es difícil evitar oír ecos panteístas en los textos de León Hebreo, como un efecto teológico inevitable, y seguramente involuntario, del principio metafísico de plenitud y completud (Lovejoy); pero su extraordinaria sutileza dialéctica le evitan caer en la absorción espinocista de Dios en la Naturaleza. Como dice José L. Abellán, más que un panteísmo explícito, hay una evidente oscilación entre el monismo emanantista de raíz neoplatónica y el trascendentalismo judeocristiano.
Mejor todavía lo explicó Suzanne Damiens: "Sin duda, León Hebreo ha resistido a la tentación del panteísmo, ya que sostenía la relativa independencia delas cruaturas respecto del Creador, lo que da al trabajo de salvación, que las criaturas más inteligentes pueden realizar, un sentido de conquista personal, permitiendo al mismo tiempo que veamos en Dios, con más facilidad que en Spinoza, un Dios "persona" cuyo amor no es una necesidad estricta, sino que representa un acto de generosidad y de paternidad conforme a la caridad cristiana" (
Amour et intellect chez León L'Hebreu, 1971). 

Si el armonismo es el contenido voluntario del humanismo, al que la ilustración de Kant llamará "buena voluntad". La clave del humanismo está precisamente en esta identificación de la dignidad del hombre con la oportunidad práctica de modificar y elegir su suerte, mejorando su destino, obrando con amor, retornando el mismo Amor que le produjo, devolviendo a Dios su generosidad creadora y gratuita labor, a la vez que se diviniza en su acción reproductora...
Porque, ante la adversa fortuna, sólo la excelencia salva, sólo la virtud, y en el carácter del hombre, en esa doble naturaleza espiritual en que realiza su personalísima diferencia, radica su esperanza. 


José Biedma

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publicado por kabalah a las 20:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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