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kabalah Tzvi ben Abba Shaul
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04 de Junio, 2010 · General

El Papa y el kabalista.

Abraham Abulafia (1240 - 1291), Cuando Nicolás III supo de la existencia de un individuo que se dirigía a la residencia papal de Suriano, cerca de Roma, con la intención de “convertirlo” antes del inicio del año judío 5041, dio órdenes de que se erigiera una pira y que quemaran en ella a aquel fanático en cuanto apareciera por allí. Abraham no se asustó; había escuchado una voz interior. Y el que murió, además, fue el Papa, justo la noche anterior a su llegada, lo que para Abulafia era otra señal inequívoca de su designio divino. A Abulafia no lo quemaron, sino que lo tuvieron encerrado cuatro semanas, y después se marchó a Sicilia, en busca de alumnos. Sus delirios mesiánicos preocuparon enormemente a las autoridades rabínicas de Palermo, que en 1285 se dirigieron al Rashba, Rabbí Salomón Ben Aderet de Barcelona, que en aquella época era la autoridad especializada en calmar los movimientos mesiánicos que estaban apareciendo en las juderías de toda Europa con una histérica insistencia. El Rashba condenó enérgicamente las obras de Abulafia, que quedaron excluidas de las escuelas españolas. Desde entonces su extensa producción de libros influyó, de forma individual, a un abanico de pensadores y místicos judíos y cristianos que se extiende durante varias generaciones. Haim Vital y Moisés Cordovero representarían sus influenciados más tradicionales. De hecho, gracias a sus obras han sobrevivido fragmentos completos de sus libros. En el “Pardes Rimonim” de Cordovero y, sobre todo, en “Sha’arei Kedusha,” Vital cita por su nombre a Abulafia y la referencia de sus obras. Pero tanto uno como otro, incorporaron sólo fragmentos muy concretos, y con mucho cuidado. No sucedió lo mismo con Sabatai Zevi (1626 – 1676) o Jacob Frank (1726-1791), que materializaron siglos después el peligro que las confusas doctrinas de Abulafia convocaban para las autoridades rabínicas a la hora de prohibirlo. En 1664 Zevi llevó a cabo un acto similar al de Abulafia; se dirigió a Constantinopla con la intención de poner en su cabeza la corona del Sultán, sin violencia, por obra de un milagro, para confirmar su rango de Mesías para toda la Humanidad. El resultado es que se convirtió al Islam y tras su muerte sus seguidores formaron una extraña secta de “judíos secretos” en Turquía, los Dönmeh, que pervive hasta nuestros días. En cuanto a Frank, un rufián inculto y sin escrúpulos, se convirtió al catolicismo con muchos de sus seguidores, para incomodidad de judíos y católicos; sobre todo cuando los cristianos descubrieron que no habían logrado la anhelada conversión en masa de los judíos, sino la fingida de un extraño grupo cuyas verdaderas creencias eran una amalgama de ideas que tenían a Frank mismo como centro. Abulafia no llegó a tanto, porque a diferencia de todos los “mesías” que le precedieron y sucedieron, fue un hombre extraordinariamente culto, un asceta piadoso y desprendido y, sobre todo, un sincero creyente en aquello que predicaba.

Los maestros de Zen dicen que la meditación es inútil para los neuróticos porque, lejos de curarlos, agravará su mal. El ejemplo viene al caso de Abulafia porque su escuela quiso desmarcarse desde un primer momento de la Kabalah, por considerarla de “grado inferior” y sus sistemas de meditación, a ojos contemporáneos, parecen anticipar el Yoga, el tantrismo, y elementos del psicoanálisis. Lo llamaba “Kabalah Profética”, y estaba firmemente convencido de que con su método, cualquier persona sincera podía llegar a un grado de comunicación directa con Dios similar al de los profetas. No en el sentido de realizar milagros, sino de alcanzar un grado de percepción que permite penetrar, de forma intuitiva, en la esencia de la divinidad. Su sistema incluía además ciertas prácticas ascéticas – ajenas a la tradición judía, donde la comunidad y la familia son el entorno idóneo para la vida espiritual – y derivó en una visión híbrida de una trinidad mística que, sólo formalmente, se asemejaba a la trinidad católica y despertó el interés de algunos círculos cristianos medievales. Al fin y al cabo, como “mesías” e “hijo de Dios”, su tarea era la de romper las barreras entre las religiones para lograr una forma de espiritualidad universal. El objetivo de su “misión” no lo constituían, además, las masas, sino las élites educadas y tenía tanto interés en demostrar sus “verdades” a sus correligionarios como a los cristianos. Pero lo interesante (e inquietante) no es bucear en la doctrina de un excepcional y hasta cierto punto heterodoxo personaje de la Edad Media y su obra difícil de clasificar (y de entender), sino preguntarse qué hace falta para que un hombre de cualquier época llegue a la conclusión de ser el Mesías. O la pregunta puede ser aún más inmediata: ¿estamos hoy ante el mismo caldo de cultivo de mesianismos extraviados en el que surgieron personajes como Abulafia? 
Maimónides. Abulafia estaba convencido de que su obra más racionalista, la "Guía de los Perplejos", era en realidad un tratado de sabiduría oculta que él había sido capaz de de-codificar.

Abulafia no conoció el “Zohar”, el texto clave de la Kabalah. Su obra se desarrolla en los mismos años en que Moisés de León está recopilando la obra en España. Tampoco menciona “El Bahir”, atribuido al rabino del siglo primero Nehumía ben haKana, maestro, a su vez, del formulador de los 13 principios de la exégesis, rabí Ishmael. Y esta omisión resulta curiosa en cuanto a que Abulafia dice que fue Najmánides de Gerona quien le enseñó algunos de sus métodos de guematría, y Najmánides cita frecuentemente “El Bahir” en sus comentarios de la Torah. Pero como hombre versado en el Talmud, Abulafia seguramente estaba familiarizado con el tratado de Jaguigá (14.2) donde las precauciones respecto a la Kabalah quedan explicadas en una parábola: “Cuatro Sabios «entraron» al PaRDéS: Ben Azái, Ben Zomá, Ajer (Elishá Ben Abúya) y Rabí Akiva. Ben Azái vio y murió, Ben Zomá observó y enloqueció, Ajer cortó las amarras (abandonó el Judaísmo), Rabí Akiva salió en paz”. El vocablo PaRDéS significa literalmente “prado” y, como explica Rab. Haim Zukerwar “este concepto, que aparece en diversos textos tradicionales, alude a las cuatro formas básicas de comprensión de la realidad. Las letras de dicha palabra conforman cuatro perspectivas a través de las cuales comprendemos la Torá. La primera inicial del vocablo PaRDéS - indica el Pshat, lo simple, el relato literal. La segunda inicial alude al Remez -insinuación- que le da una dimensión más profunda al relato, dado que los personajes, las situaciones y todos los detalles, inclusive las letras, nos transmiten un mensaje. La tercer inicial nos indica el Drash que proviene del verbo exigir. Esta lectura encierra una búsqueda en la cual el hombre exige el significado interior que el texto quiere transmitir. La última inicial del pardés nos indica el Sod, literalmente secreto, que El Zóhar define como causa”. Cuando Abulafia aplicó esta lectura a varios niveles a la realidad, encontró que todo era “al revés”, al contrario de lo que todo el mundo pensaba; renunció, de partida, a la interpretación literal de los acontecimientos, a las cosas que “son como son” a favor de encontrar señales y mensaje más profundos. Por ejemplo, cuando aplicó aquella mirada a “La Guía de los Perplejos” de Maimónides, llegó a la sorprendente conclusión de que estaba ante la mayor codificación de la Kabalah que se había llevado a cabo hasta el momento. Sorprendentemente porque una de las cosas que más desagradó de aquel libro de Maimónides entre sus contemporáneos (que llegaron a prohibirlo en algunas comunidades) fue su extremo racionalismo y lo que parece ser una desconfianza absoluta por las especulaciones místicas a favor de la lógica, el estudio y el sentido común, el “camino medio”. Maimónides escribió precisamente “La Guía” como una forma de demostrar que la Fe y la Razón son compatibles, que la creencia es razonable. Pero Abulafia vio un texto secreto que él, y sólo él, había sido capaz de “de-codificar”. Hoy, la mayoría de los que afirman que Maimónides era un gran cabalista lo hacen apoyados, a veces sin saberlo, en las opiniones de Abulafia. Que al margen de lo verdadero o falso de la afirmación (que Maimónides estuviera familiarizado con la Kabalah) son indicativos de una actitud que no tiene en cuenta las razones contrarias, sólo recoge datos o signos que le confirmen el prejuicio, para convertirlo en convicción; la definición más clásica del delirio paranoico. Y así cómo los maestros Zen hablan de la inutilidad de la meditación para los neuróticos, los maestros del Talmud establecieron una serie de precauciones para “entrar y salir en paz” y no terminar muerto, loco o fundando una nueva religión. La Kabalah no era enseñada a personas que no tuvieran más de cuarenta años, no estuvieran casados y no tuvieran un conocimiento previo de Torah, Talmud y Halajá. Lejos de constituir un ejercicio de censura y oscurantismo la medida resultaba ser de una sensatez demoledora. El hecho de exigir de un hombre que estuviera casado, garantizaba de alguna manera el que tuviera una vida sexual sana y, sobre todo, que tuviera una serie de responsabilidades y obligaciones con respecto a su familia con todo lo que ello implica: estar diariamente dedicado a otros, salir del centro de la escena. Y en cuanto a la exigencia de conocimientos previos en Torah, Talmud y Halajá, servía para articular un contexto para la Kabalah como herramienta de pensamiento. La Kabalah es un sistema, con su propia nomenclatura. Y así como en música existen las notaciones musicales y en matemáticas los números, la Kabalah tiene su propia nomenclatura, lo que los clásicos llaman El Lenguaje de las Ramificaciones. Para Borges resultaba interesante porque “no se trata de una pieza de museo de la historia de la filosofía” y tiene “una aplicación: puede servirnos para pensar, para tratar de comprender el universo”. Hoy esas precauciones han desaparecido, incluso en el mundo ortodoxo, y el resultado es una popularización sin precedentes del término “Kabalah” como cajón de sastre de ideas e ideologías que en muchas ocasiones, no tienen nada que ver.
Por ejemplo, la “sabiduría” de la Kabalah está al alcance de cualquiera que tenga una tarjeta de crédito y una conexión a Internet. Una cuerda roja, “contra el mal de ojo” pueden estar en su propio domicilio en menos de una semana; sólo basta hacer click en la tienda on-line de la página web de la institución de la familia Berg en Los Angeles (los “rabinos” de Madonna). También se puede conseguir una edición de tapa dura de “El Zohar”; no hace falta leerlo, sólo tenerlo, para verse beneficiado por su influjo. Las obras de Laitman son de las más traducidas (y leídas) sobre Kabalah en castellano y, como Abulafia, insisten en el aspecto “universal” de sus doctrinas. y sin dejar de nombrar un kabalista de renombre Tzvi ben Abba Shaul donde lo universal y la kabala se transforman en un lenguaje sagrado.En una de sus charlas en el desierto del Sinai les dijo a sus alumnos Vinimos a ser felices. A disfrutar la vida, con esto no quiero decir que sólo hagamos lo que nos guste, que no trabajemos, o no cumplamos con nuestras obligaciones, sino que le demos a las cosas la importancia que tienen. Que disfrutemos de lo simple y de lo complejo según el caso, de lo bueno y de lo no tanto. Lo bueno es una bendición, y lo malo según como se lo mire también, porque se nos presenta para que aprendamos algo con esa experiencia de vida.Démosle la oportunidad a Dios y a su creacion conjuntamente con  al Universo como quieran llamarlo, de tener todo lo que queramos y de sentirnos merecedores de ello. Les aseguro que ese es el regalo más hermoso que se le puede  hacer a la Creación y a la vez que pueden hacerse a uds. mismos.amen sela.
Ahora la pregunta es: en estos tiempos de miedo y crisis, ¿cuánto falta para que aparezca en alguna parte alguien convencido de haber sido designado por la divinidad para salvar al mundo como único camino para salvarse él? ¿De “abolir” todo lo establecido para crear un “nuevo orden universal”? El “caso” más conocido en el mundo ortodoxo tuvo lugar en 1994, tras el fallecimiento de Menachem Mendel Schneerson (z’’l), último Rebbe del movimiento Jabad Lubavitch. Algunos de sus seguidores llegaron a la conclusión de que se trataba del Mesías (punto negado por él, la institución misma y la inmensa mayoría de sus seguidores). El caso del Rebbe constituye una excepción, no la norma. La evidencia se decanta del lado contrario, del lado de los “híbridos” como Abulafia, los que quieren eliminar las barreras creando nuevas creencias “para todos”. En el mundo judío está el caso de los “mesiánicos”, que surgieron a finales del siglo XIX con la intención de convertir a los judíos al cristianismo bajo el pretexto de que hacerse cristianos no suponía un abandono de sus creencias, sino todo lo contrario, que los haría “judíos completos”. Hoy se extienden por todo el mundo, atomizados, en una variedad de grupos e ideologías que van desde aquellos que expurgan El Zohar en busca de señales (como los cabalistas cristianos del Renacimiento), hasta aquellos que, como en el caso español, rechazan de plano la Kabalah como “hechicería” pero que mantienen en su seno los elementos básicos de las contradicciones necesarias para llegar a esa “tensión mesiánica”, la convicción de ser “elegidos”. Grupos que dicen no ser cristianos, pero que son tan unánimemente reconocidos por las iglesias “reformadas” como rechazados por todas las tendencias judías. Que rechazan el Talmud pero que, sin embargo, utilizan en su liturgia y prácticas textos, prácticas y oraciones que emanan de la tradición talmúdica.

Lo paradójico, y políticamente incorrecto, es que las tradiciones han resultado más efectivas a la hora de articular formas de vida más parecidas a la universalidad que los híbridos igualadores. Al evitar cuidadosamente lo que nos “separa”, sólo lo hacemos más presente, más tangible. Maimónides vivió en el entorno musulmán de Al-Andalus en perfectas relaciones con sus contemporáneos. Compartía con Averroes la preocupación por los delirios místicos que llegaban de Persia (Irán) y que se tradujeron en la violencia fanática de los Almohades, sin por ello renunciar a su identidad. Najmánides hizo lo mismo, en el Aragón cristiano. Y cada día judíos, cristianos y musulmanes conviven en todas partes sin necesidad de renunciar a su identidad, ni a sus creencias. Es un lugar común, pero es cierto; no son las ideas, son las personas, y, sobre todo, las reglas del juego. No renunciar a la inteligencia y al sentido común, ese “camino medio” de Maimónides, con la misma fuerza con la que se evita la violencia y la imposición, que invalidan cualquier postura. Sólo existe una excepción a esta norma en los Kabalistas de todos los tiempos: la humildad. Única cualidad que ha de llevarse al extremo. No es la Kabalah, es lo que se hace con ella.
Publicado por MBA 2010 reimprimido.
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publicado por kabalah a las 20:40 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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